14 de enero de 2017

GASTO SIN CONTROL

Por: Octavio Díaz García de León

     La suma de los presupuestos de egresos del gobierno federal de 2013 a 2017 se incrementó en un 80% comparado con la misma suma de 2008 a 2012 (http://www.transparenciapresupuestaria.gob.mx/). En el periodo 2008 a 2012 la economía creció un 8.4% (5 años) a pesar de la fuerte caída del PIB por la crisis de los mercados financieros internacionales mientras que entre 2013 y 2016 el PIB creció 7.3% (4 años) (http://www.inegi.org.mx/est/contenidos/proyectos/cn/) es decir, a niveles similares que en la administración anterior si se cumple la expectativa de crecimiento para 2017. Se gastó mucho más pero no se logró un crecimiento económico mayor ni hay mejoras visibles en los servicios que presta el gobierno federal. ¿Qué pasó con todo ese gasto adicional? ¿En qué se fue? ¿Dónde están los resultados de ese gasto?

      Existe la creencia de que el gasto público por sí mismo es bueno y hay quienes abogan por aumentar la recaudación de impuestos para tener más que gastar. Uno de los efectos que esperan los proponentes de un mayor gasto es que haya más crecimiento de la economía, que se reduzca la pobreza, aumente el nivel educativo, mejore la salud de la población y se disminuya la inseguridad, entre otras cosas. Por lo menos en el caso de México esto no ha sucedido en los últimos 10 años. Ante estos resultados, ha vuelto el clamor de que el gobierno ya no cobre más impuestos y deje mayor libertad a los empresarios para que hagan lo que saben hacer: generar empleo y riqueza y a la población se le deje su dinero para que pueda optar por mejores servicios y no por los que ofrezca el gobierno, cuando estos son malos. Recientemente, uno de los proponentes de esta última posición ha sido el senador Francisco Búrquez, de Sonora. (A quien, por cierto, le deseo que mejore su salud).

     Recaudar más impuestos es bueno cuando el gobierno es capaz de ofrecer servicios de primera sin desvíos ni corrupción. Allí está el caso de los países escandinavos. Cobrar menos impuestos y dejar en manos de la iniciativa privada los servicios que normalmente presta el gobierno también es bueno, siempre y cuando se regule su actuación en beneficio de la población y se creen mecanismos solidarios (Que no tienen que venir del gobierno) para apoyar a la población más desprotegida. En México podría funcionar una combinación de ambos.
  
    El gasto excesivo, más allá de la capacidad de generar ingresos vía impuestos, lleva al endeudamiento. Esto ya lo vimos en las décadas 70, 80 y 90 del siglo pasado, cuando el gasto y el endeudamiento crecieron sin control y las crisis económicas se repitieron sexenio tras sexenio. Ojalá no estemos regresando a las épocas de la inestabilidad macroeconómica, aunque ya hay indicios preocupantes:  un endeudamiento excesivo que ya alcanza el 50% del PIB, gasto poco eficaz como ya se mencionó, inflación creciente, devaluación del peso de 70% en los últimos 3 años (Aunque esto se debe a otros factores) y una corrupción rampante como lo han demostrado casos recientes de ex gobernadores.

    ¿Qué es lo que está haciendo falta? Un control interno adecuado dentro del gobierno. El propósito del control interno es ayudar a los responsables de las instituciones de cualquier tipo a cumplir con sus metas. En el caso del gobierno federal, la secretaría responsable del control interno es la Secretaría de la Función Pública (SFP). Su casi desaparición afectó sus tareas y no siempre se ha entendido su función ni se han utilizado las herramientas que tiene para exigir una rendición de cuentas adecuada. La SFP debería ser el instrumento con el que el Presidente de la República se asegure que presupuestos, metas y programas se cumplan y que haya rendición de cuentas de los funcionarios responsables.

    Otros problemas de control interno son, por ejemplo, que las metas estén mal fijadas ya que las ponen quienes tienen que cumplirlas, lo que en muchas ocasiones hace que cada institución se fije metas que no las comprometa (Todos las cumplen); también se fijan metas inerciales sin valorar si sirven o no para resolver problemas porque a la burocracia le suele interesar más su supervivencia que dar resultados. Los mecanismos de evaluación también suelen ser deficientes al no tener mediciones que reflejen la resolución de los problemas que se quieren atender. Tampoco hay rendición de cuentas. No tengo noticia, por ejemplo, de algún funcionario que haya sido sancionado por exceder su gasto, por no cumplir sus metas o por no dar resultados.

     Ahora que se ha vuelto a incorporar formalmente la SFP al gobierno federal, es tiempo de que esta institución se asegure que existen los controles necesarios en las instituciones del poder ejecutivo federal para que se cumplan los objetivos y metas para los cuales se les entrega recursos. 

    Sería conveniente que el presidente les fije metas exigentes, que la SFP verifique su cumplimiento y que los recursos se usen con eficacia y eficiencia, exigiendo cuentas a los responsables, con consecuencias. También será importante revalorar, otra vez, todos los programas de gasto, para ver si realmente resuelven algún problema social y desaparecer aquellos que sean inútiles. Un gobierno que gasta excesivamente sin dar resultados perceptibles para la población, está en riesgo de perder apoyo popular y generar ingobernabilidad. Lo bueno es que allí están las herramientas para evitarlo.


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